Mi mamá se llamaba Terecita. Sí, con C.
Vivía en Maldonado.
Días antes de fallecer me pidió que la llevara a la playa. A su cuidadora y a mí nos llamó mucho la atención el pedido por lo que implicaba para ella ese movimiento.
Allí me miró a los ojos, -apenas podía hablar- y me pidió perdón “por todo el trabajo que me había dado». Le respondí que ella me había enseñado y mostrado cada día el valor de las pequeñas cosas.
La ELA avanzaba en mamá. Una calurosa noche de enero, con mucha dificultad, dibujó la Torre Eiffel. Quería despedirse de su hija y nieto.
Y así comenzó nuestro más increíble viaje…