Verónica y Zulma

La ELA llegó a nuestras vidas en nuestro mejor momento, mujeres solas independientes capaces de devorarse el mundo. 

 

Sin embargo al enterarnos de esta triste noticia y que “la cosa se iba a ir poniendo cada vez peor”; después de escuchar las palabras del médico: “es un enfermedad degenerativa”, cambió todo. 

 

Ya no era un 50 y un 50, era aprender a sostener esa otra mitad de la mejor manera para no permitir que la vida arrebate de un chasquido la alegría que ella tenía. 

 

Mi mamá, Zulma, una persona súper divertida, que hacía bailar a todos con su música, que en cada baile que organizaba estaba la fiesta garantizada. 

 

Con su voz, su baile, su carisma,  un traje distinto  para cada ocasión, demostraba que el baile lo curaba todo. Ella sentía el tambor y agarraba un abanico de inmediato, para sentirse en el personaje de una mama vieja resplandeciente. 

 

Transitamos todo este proceso siempre escuchando música, no estaba permitido el silencio. 

 

Mi mejor terapia ese año que transcurrió la enfermedad fue ir a escuchar los tambores a cualquier ensayo de barrio. 

 

Vibraba en mí seguramente esa emoción cuando mamá agarraba ese abanico y revoloteaba en la pista de baile.  Era muy lindo verla bailar y recordarla así ¡puff!  escuchar ese “borocotó chás chás” me recargaba de energía el alma, para volver a la realidad que estábamos viviendo. Fue desgarrador sentir que cada día la iba perdiendo. 

 

Dos meses antes de su partida la llevé a un desfile de comparsas en el Prado, sus ojos verdes lo decían todo, la música es vida.

 

Por eso tomé el camino de  “VIVIR la Vida, voy a reír, voy a bailar”, su tema preferido, que la vida tiene que ser fácil y divertida. Entonces acá estoy bailando candombe por mí y  para ella. 

La fiesta debe continuar…

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